Extracto de una reflexión sobre la vejez.
Actualizado: 22 sept 2020
De Carlos Ruíz, Doctor en física. Unidad Monterrey CINESTAV.
Si éstas en tu primer empleo o tienes mas de 30 años, esto debe interesarte.
"La geriatría, como se sabe, es la ciencia destinada a la dominación del planeta por una serie de viejos cada vez más jóvenes, gracias a que devoran a las nuevas generaciones." Gabriel Zaid
Escribo estas líneas a unas semanas de cumplir sesenta años. Aunque estoy seguro que antes de la gloriosa fecha volveré a hacer las cuentas, no habrá error posible: 1958 más 60 dan 2018. No existe ventanilla para poner una queja. ¡Carajo!
No me queda otra que aceptar que aquí estoy, sintiendo en carne propia una suma que si bien sabía que existía tiene para mí un significado cósmico e irreal. Cósmico porque después de todo le he dado sesenta vueltas al Sol, e irreal porque tal hazaña no deja de tener una connotación fantasiosa. Itinerantur, ergo sum (viajo, luego existo). Cósmica o terrenal, la experiencia me provoca una ansiedad extraña. Tal vez por eso deseo escribir este texto, para obligarme a comprender su origen. Desde luego el motivo que tengo es personal, así que adelanto que mi escrito será subjetivo. No puede ser de otra forma, Descartes lo aclaró hace siglos: la razón del sujeto es lo único que tenemos para buscar la verdad.
De las paredes que guardan la lucidez de mis recuerdos, se deslizan dos anécdotas bastante lejanas que tal parece vienen al caso. La mente es así de resbaladiza cuando se sacude la humedad del pasado. Impulsado por estas dos remembranzas trato de acomodar las palabras. No es fácil, ya dije que estoy contrariado. Los que ya pasaron por éstas lo saben, los que no, tardarán poco en saberlo. Pero de algo estoy plenamente seguro: las ideas que voy a expresar aquí no son fáciles de decir, de antemano sé que me ganaré algunas enemistades. Pero me excuso, o más bien no me excuso: si uno no se gana con la edad el derecho a decir lo que piensa, entonces para qué vale el esfuerzo de llegar hasta acá.
Corría el lejano año de 1985, intentando terminar –con todas las ganas del mundo– mi doctorado en física en una universidad canadiense, cuando estas dos anécdotas ocurrieron. No recuerdo cuál fue la primera de ellas, pero ambas sucedieron en aquel año trágico que todos recordamos: el sismo en la Ciudad de México. La primera anécdota es familiar: mi padre se enfrentaba a lo mismo que ahora me enfrento yo, los sesenta. Detalles de más, o de menos, desde Canadá le hice una llamada. “¿Cómo estás, padre? ¡Felicidades! Sesenta, ¿eh?”
Concedo que esa forma de enviar felicidades a mi progenitor tenía un ligero sarcasmo. Los hijos, en la juventud, somos así de ufanos. Y ahora lo constato, porque uno de los míos, cuando me llama en mis cumpleaños, me dice lo mismo desde hace tiempo. Debo decir que mucho después de esa llamada, mi padre me dijo que aquel día que llamé para felicitarlo estaba deprimido y en cama. Y que no se levantó en 36 horas. Seguramente se sintió mal porque justo le había llegado un retiro que lo echaba a la calle en su mejor época, cuando la experiencia que tenía valía oro. Mi padre entraba a la legión de la gente retirada, con toda la energía y experiencia del mundo, pero sin empleo y con una modesta pensión. De todas formas, una vez transcurrido su corto duelo en la cama, mi padre se levantó voluntarioso para buscar un nuevo trabajo. Me consta que lo hizo y lo encontró, y hoy, a los 93 años, me dice que ya lo tiene que dejar.
¿Qué me pasará a mí en algunas semanas, cuando sobre mis hombros se acumule la suma de los sesenta años? ¿Me quitarán el empleo en la mejor edad de mi vida? ¿Me deprimiré porque me echarán a la calle como a mi padre? No, afortunadamente no.
Yo no trabajo en una empresa privada, soy un científico y trabajo en un centro público de investigación. Y en el país donde vivo, bendito entre los benditos, a los científicos no se les despide. Los científicos en esta parte del mundo somos un arroz que se cuece aparte, las leyes injustas del retiro no son para nosotros, nadie nos pone un hasta aquí cuando llegamos a la adolescencia de la vejez.
La segunda anécdota es la siguiente y casi mueve a la risa. En ese año trágico de 1985, compartía oficina con un joven canadiense que estudiaba una maestría en química. Su nombre es Laurie Danielson y provenía de Edmonton, Alberta. Tenía veinticinco años, dos menos que yo. Era un tipo desenfadado, pragmático y al que nada le perturbaba. Un día, mientras comíamos el “lunch” a mediodía, por alguna razón que no recuerdo bien, me dijo: “Carlos, ¿how much do you save for your retirement?” ¿What? –le respondí. Y aclaró: “Retirement, my friend, the time when you will be out of work”. ¡Tenía 25 años aquel carilampiño de Alberta y ya me daba cátedra de lo que era el retiro! Y sin que yo le preguntase, me dijo que él ahorraba el diez por ciento de su beca. Me reí y le respondí en tono burlón: “you are a very smart man”.
Hace unos días, cuando de pronto tuve la urgencia de escribir estas líneas, busqué a mi office mate canadiense en internet. Lo encontré en unos segundos y no pude reprimir un suspiro cargado de nostalgia y maple. Entonces me puse a añorar al inmenso país del norte donde los venados y ardillas se pasean por los patios de las casas. Luego de secarme las lágrimas que nunca me brotaron, me hice la siguiente pregunta: ¿Cuánto dinero habrá ahorrado mi compañero de oficina en los treinta años y pico que han transcurrido desde entonces? Si siguió ahorrando el diez por ciento de sus ingresos, no demasiado, a lo más tres años de su salario promediado. Pero su esfuerzo, desde luego, no habría valido la pena si con ese magro 10% hubiera continuado. Si desde los 25 años ya tenía atravesada en medio de sus descoloridas cejas la determinación para el ahorro, con seguridad lo iba a seguir haciendo. Así que seguramente con los años fue incrementando la porción de su salario que ahorraba para el retiro.
Permítaseme hacer algunas cuentas en una hoja de Excel. Las variables involucradas son las siguientes: un salario que va en aumento, la porción, también en aumento, del salario ahorrado para el retiro, el interés bancario y los años ahorrando. La ecuación recursiva es sencilla: se toma el primero, se multiplica por la porción, se mete al banco, se suma a lo anterior y se jala el cursor para abajo. Así de simple. ¡Lo que se puede hacer con una hoja de cálculo!
Supongamos que el salario de Laurie iba en aumento un 4% cada año y que aumentaba en 1% la cantidad que ahorraba para su retiro. Es decir, para la edad que tiene ahora, 57 años, estará ahorrando el 42% de sus ingresos. A dicha edad, cuando los hijos se han ido de casa y uno ya pagó su educación y la hipoteca, la suposición es bastante sensata. Así que asumiendo una tasa de interés bancario del 2% anual, cuando Laurie cumpla 60 años, es decir, después de 35 años de ahorrar para el retiro, en su cuenta tendrá 388,581 dólares americanos (véase la hilera 36 de la tabla adjunta). Cinco años después, a los 65, tendrá un poco más de medio millón de dólares. Cualquiera puede hacer las cuentas si así lo desea. ¡Medio millón de dólares! Una cantidad bastante decente, a decir verdad. Un canadiense, con este dinero en su haber, puede venirse a México a vivir con comodidad el resto de sus días. Además, reclamará su pensión de 1,000 dólares mensuales y quizá venderá o rentará su casa. Así que se la pasará muy bien en San Miguel de Allende o en algún pueblo mágico.
¿Y yo, que estoy haciendo estas cuentas morbosas del ahorro ajeno –que podría ser el mío, pero no lo es porque soy mexicano: es decir, porque soy proclive a la procrastinación– cómo me la pasaré? A pocos escalones de llegar al sexto piso donde se ve el horizonte con claridad.
Vamos a aclararlo. Un retiro que no fuera digno iría en contra de mi amor propio, así que mi dignidad es mi prioridad.
La esperanza de vida, cuando el sistema de bienestar inició a finales del Siglo XIX, era de 45 años. El sistema de pensiones, basado en la fórmula sencilla de que el retiro era soportado por quienes cotizan al presente, fue un gran invento europeo a finales del siglo antepasado. Ese esquema ya no funciona más, porque detrás no viene nadie que cotice para nosotros. O cada vez llegan menos. O no les abrimos la puerta. ¿Hasta cuándo podremos mantener esta situación, cuando la demografía ha cambiado de forma tan notable? México tendrá una economía envejecida después del año 2050, cuando la población de jóvenes sea menor a la de los viejos. Una economía envejecida, con una ciencia envejecida. El futuro doblemente envejecido.
Schopenhauer decía que la comodidad y seguridad son las principales necesidades de la gente mayor; por eso se ama más que nunca el dinero, porque suple las fuerzas que faltan.
Nota final: espero que estas líneas sean leídas por los más jóvenes y les sirva de algo. No hay duda de que las cosas empeorarán en el futuro, así que hay tiempo de tomar en las manos parte de la responsabilidad del retiro, como aquel joven visionario y disciplinado llamado Laurie Danielson.
Consulta el artículo completo:
Comments